Lucio Quincio Cincinato fue un senador romano allá por el 460 BC (o aC, o adC, según se prefiera), cuando la (a posteriori) gloriosa Roma no era aún más que una de las muchas ciudades-estado que se repartían el territorio de lo que hoy conocemos como Italia. En aquella época aún prevalecían los valores democráticos de la República Romana, el afamado SPQR (Senatus Populasque Romanus - Senado y Pueblo Romano), que más tarde prácticamente se extinguirían con la llegada de los césares y el Imperio. En la República la ciudad era regida por dos cónsules en periodos de un año y las decisiones se tomaban en el Senado, democráticamente. Podía considerarse un sistema razonablemente justo, siempre y cuando se ignorara el hecho de que la clase regente la formaban los patricios, o nobles romanos, que eran los únicos con acceso a los puestos de poder. Al otro lado del espectro en este sitema político se encontraban los plebeyos, que eran gentes de la tierra, ganaderos y artesanos. La consecuencia directa de esta situación era que por lo general las decisiones senatoriales eran tomadas en favor de los patricios y en detrimento de las clases inferiores.
Estamos, pues, en el siglo V antes de Cristo, como escribiría nuestro querido Goscinny. Todo el Senado está ocupado por corruptos senadores... ¿Todo? ¡Nooo! Un senador poblado por irreductibles principios resistía entonces y siempre al elitismo patricio. ¿Pero quién era ese señor? Pues sí, querido amigo, se trataba del singular Cincinato. A pesar de su condición de patricio, Cincinato era un hombre de la tierra, un agricultor consagrado que repartía su tiempo entre sus cosechas y el ejercicio político. En su condición de senador siempre fue un luchador a favor de los derechos de los plebeyos y éstos siempre le tuvieron en grandísima estima. Pero como no podía ser de otro modo, Cincinato se cansó de luchar contra viento y marea en el Senado y a pesar de haber cosechado significantes éxitos a favor del pueblo llano, un buen día se quitó la toga y volvió a sus tierras para dedicarse a la agricultura a tiempo completo.
Y ¿pasó Cincinato a los anales de la historia sólo por eso? Se preguntarán. Pues no, querido lector, el destino guardaba otras grandes azañas para nuestro héroe.
Años después de que Cincinato se hubiera retirado a sus tierras, Roma entró en guerra contra sus vecinos los ecuos. En su característica prepotencia, el Senado envió a su ejército casi al completo a la captura de los territorios enemigos, pero la astucia de los ecuos logró que la situación se tornara y éstos terminaron asediando a los pobres legionarios romanos. El Senado y los cónsules regentes en aquellos momentos se vieron indefensos de la noche a la mañana, sin un ejército que defendiera la ciudad y los ecuos afilando cuchillos. La situación era crítica y las decisiones debían ser tomadas de forma expedita, pero ¿podía hacerse de forma rápida y eficaz con el complicado sistema ejecutivo senatorial de la ciudad? Lamentablemente, la respuesta era no. ¿Estaba todo perdido, pues? No, tampoco. La infinita sabiduría del pueblo y el pensamiento común romanos habían dado con una solución para esa clase de situaciones: el nombramiento de un dictador. El cargo dictatorial podía ser otorgado por el Senado a una persona que de forma temporal ostentaría todos los poderes ejecutivos de la ciudad, pudiendo así solucionar una crisis sin tener que pasar por la lenta burocracia romana. Y ¿a quién eligieron como dictador para la crisis de los ecuos? Sí, amigo lector, a nuestro héroe: Lucio Quincio Cincinato. Y cuenta la leyenda que cuando los senadores se personaron en la finca de Cincinato para entregarle el poder absoluto de Roma, éste se encontraba humildemente arando sus tierras.
Y, bueno, ¿qué hizo Cincinato con ese poder absoluto? Pues lo que debía hacer. Regresó a la ciudad, reunió al pueblo y les pidió a los plebeyos, aquellos a los que él había apoyado tantas veces frente al Senado, que defendieran Roma. Los pebeyos, extasiados por las palabaras de su héroe, el patricio-plebeyo, tomaron sus rudimentarias armas y al grito de "¡guerra!" salieron de la ciudad para ayudar a su asediado ejército. Y ya sabemos que la unión hace la fuerza... La victoria de los plebeyos sobre los ecuos fue rotunda y sólo la intervención de un conciliador Cincinato evitó que sus hombres masacraran al enemigo. Una vez que los derrotados ecuos rindieron vasallaje al pueblo romano, Cincinato y su ejécito de plebeyos y legionaros regresaron a la ciudad triunfantes. Y ¿qué hizo Cincinato entonces? ¿Aprovechó su popularidad y su éxito para afianzarse como dictador vitalicio de la República? ¿Se dio a la buena vida del totaliarismo y se convirtió en uno de esos dictadores corruptos que engrosan las páginas de la Historia? No, amigo lector, Cincinato devolvio el poder de Roma al Senado exactamente dieciséis días después de haber sido nombrado dictador y volvió a sus tierras y su arado.
¿Y para qué les cuento toda esta historia? Se preguntarán. Pues es simplemente una introducción a la ciudad de Cincinnati, que toma su nombre de nuestro héroe, y a su hospital infantil: el Cincinnati Children's. Sobra decir (pues le estoy dedicando todo un post a un solo sitio) que tras visitar el programa del Cincinnati Children's me quedé anonadado.
Antes de ir para Cincinnati debo admitir que mis tres ideas preconcebidas del hospital y la ciudad eran:
1. Que era un hospital muy prestigioso a nivel mundial (allí se inventó la vacuna de la polio, se creo el surfatante que básicamente revolucionó las tasas de supervivencia de los prematuros hace unos años, se desarrolló la hemodialisis, etc...).
2. Que era un programa de formación enorme donde probablemente todos los residentes (de Harvard, Yale y pa'rriba) eran unos estirados.
3. Que Cincinnati era una ciudad aburrida y fría.
Resultó ser, como no, que estaba equivocado en casi todos mis prejuicios. Sí, el Cincinnati Children's es un hospital muy presitigioso, pero sus residentes no son unos estirados. Lo cierto es que hay muy buen ambiente y todo el mundo se conoce por el nombre de pila (incluso aunque hayas inventado el surfactante, hayas revolucionado tu especialidad o seas candidato para Nobel). Y la verdad es que el programa es la hostia.
A parte de la reputación, la belleza del hospital y las prestaciones de ultimísima generación con las que cuenta, el Cincinnati Children's tiene algo que creo que lo singulariza aún más que todo eso: su filosofía de trabajo. Y, en cierto modo, esa filosofía de trabajo lo asemeja a nuestro héroe Cincinato. Por lo general, y todos estaremos de acuerdo en esto, en la medicina se ha creado históricamente una división entre médicos y pacientes muy semejante a la que había entre patricios y plebeyos en la antigua Roma. El médico examina, decide y ejecuta tratamientos de una manera casi independiente, pasando el paciente a ser poco más que el objeto de trabajo diario de los patricios en batas blancas. Desde el punto de vista de un estudiante de medicina estas divisiones son muy evidentes en los hospitales de todo el mundo donde las jerarquías están marcadísimas. Esas mismas jerarquías en muchas ocasiones se prestan a provocar fallos de comunicaciones y malestar entre las diferentes grupos de personal que trabajan a diario en un planta, siendo el paciente el principal afectado por esta situación. Hace años, una comisión de la Fundación Robert Wood Johnson, encargada de estudiar el sistema sanitario americano y destacar los principales fallos del mismo, hizo incapie en esta situación. Tras el estudio, la fundación destinó un fondo especial a siete hospitales americanos, entre los que se encontaraba el Cincinnati Children's (el único exclusivamente infantil de los siete), para que estudiaran la situación desde dentro y propusieran una serie de medidas que ayudaran a mejorar la práctica clínica, la eficacia del sistema y la equidad del trato, con vistas a que se pudieran estandarizar en un futuro. Y a eso se ha dedicado el Cincinnati Children's en los últimos años logrando grandes y bellisimos resultados. Los pases de los médicos en planta, por ejemplo, se realizan siempre dentro de la habitación, y en ellos están presentes siempre los padres del paciente, el médico, el residente encargado, el residente que estará de guardia, el personal de enfermería y cualquier otro personal que intervenga en el tratamiento. Durante la presentación del caso se habla en lenguaje llano, sin jergas, de manera que todo el mundo se comprenda y se eviten los errores. De esta manera se mejora la práctica, se evitan los fallos, se reduce el gasto, los padres se implican en el tratamiento y, por lo general, los resultados mejoran a la larga. Y además el Cincinnati Children's es el único hospital infantil para una población de dos millones de personas, con lo que allí van todos los niños que necesitan ser ingresados, sean ricos o pobres, y todos tienen sus habitaciones individuales y son tratados por el mismo cuadro medico, formado por auténtcos líderes en sus especialidades. Lo que digo, un gran senador para el pueblo y un gran hospital para todos.
El Cincinnati Children's está desde hace años en todas las listas de mejores hospitales pediatricos, siempre entre los cinco primeros puestos. Y por lo general lo estudiants y residentes de pediatría de los foros de internet lo colocan en tercer lugar por detrás de los hospitales infantiles de Filadelfia y Boston, que también son la rehostia (pero que no me han invitado a sus entrevistas, así que ellos se lo pierden). De hecho este año, en el apartado de investigación en medicina infantil, el hospital de Cincinnati ha superado al de Boston colocándose en primer lugar a nivel mundial, y además acaban de estrenar una nueva torre de investigación... En fin, que es lo mejor a lo que puedo aspirar, y sobretodo, con vistas al futuro, después de formarme Cincinnati puedo dar el salto a donde yo quiera para una subespecialidad: Boston, Nueva York, Filadelfia, el Mundo... Si a esto añadimos que la gente en el hospital es muy sencilla, que no van de estrellas y que hay muy buen ambiente de trabajo, pues bueno... un chollo. ¡Ah! Y Cincinnati tampoco está tan mal como ciudad. Sí es verdad que hace frío, pero es una ciudad bonita, fundada por alemanes, con edificios antiguos, un buen ambiente cultural, una escena de música en vivo bastante reconocida...
En fin, lo cierto es que los programas en los que me he entrevistado son todos de una calidad excepcional y en cualquiera sería un feliz residente, pero bueno... ¡ya veremos en que se tercia todo esto!
jueves, 7 de febrero de 2008
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