
Es costumbre bien extendida en este país, y especialmente en ciudades con abundantes rascacielos y otras construcciones de magnitud, como Nieuw Amsterdam, saltarse las plantas numero 13. Según estimaciones de la multinacional de ascensores OTIS, el 85% de los ascensores que producen carecen del botón número 13, y en ciudades como NY ese porcentaje es aún mayor.
Sigueindo la línea de respeto cultural, debo hacer referencia aquí a las teorías conspiratorias, tan imbricadas en la historia y pensar de este país. Hay quien dice que no es que la planta 13 sea rebautizada 14 sin más, sino que la numero 13 existe más allá del acceso ascensoril. Y es en esa inaccesible planta 13, especialmente en los grises edificios gubernamentales, donde se esconden los secretos de este país, como el marciano de Roswell, los estudios donde se filmó la falsa alunización del Apollo y los archivos con los planes del gobierno para asesinar a JFK y atentar contra las Torres Gemelas (que por cierto carecían de planta 13).
En otro tinte, yo sigo viviendo en mi casa de 2 plantas con sótano, trabajando en mi hospital de 7 bloques (ninguno con más de 12 plantas) y de guardia cada 4 noches. Ya no sé ni cuantos meses llevo con la misma rutina de trabajar a este nivel, pero me dicen que desde que empezamos la residencia en Julio hemos trabajado aproximadamente 1500 horas (que es más o menos lo que trabaja un maestro de primaria en un año entero... y a mí todavía me faltan 7 meses para terminar mi primer año). He decidido que de ahora en adelante voy a sustituir la completamente inapropiada frase de "trabajar como un negro" por la de "trabajar como un residente". Lo triste, me dice mi tía Begoña, es que nosotros lo hacemos voluntariamente.

En diciembre he estado trabajando en el servicio de Adolescentes, que es un servicio bien interesante, según se mire. Como pediatra mi intención en la vida es, por supuesto, trabajar con niños y bebés y ciertamente un muchacho de 18 años que viene de ingerir media farmacia por recreación o intenciones autolesivas no es exactamente lo que uno se imagina como paciente medio. El caso es que entre la rutina habitual de infecciones de transmisión sexual, sobreingestiones de estupefacientes y trastornos de conversión, hemos empezado a ver con mayor frecuencia en el servicio a los temidos trastornos de la alimentacion, es decir anoréxicas y bulímicas. Esto debe de ser, pienso yo, la respuesta lógica a una cultura en la que Thanksgiving (a finales de noviembre) y la Navidad (a la vuelta de la esquina) son en este país una celebración a la ingestión alimenticia en masa.
Yo por mi parte procuro mantenerme fiel a mi cultura alimenticia particular y trato de probar un restaurante nuevo cada semana. Me pregunto que pensarían mis pacientes anoréxicas si supieran que buena parte de mi tiempo recreativo se conforma de buscar, planear y degustar nuevos restaurantes. En fin, hoy toca Italiano, creo.