martes, 4 de diciembre de 2007

3. Del "sí, quiero" al "Match"

Bueno, imagínense la situación: acabas de tomar una de las decisiones más importantes de tu vida: ¡vas a formarte como especialista en EEUU!... ¿y qué haces ahora?

(a) Te despiertas y te dices "no vuelvo a cenar chili con carne másnunca".
(b) Te sacudes un tortazo y te castigas a comer sin postre cinco días.
(c) Te inyectas un dosis de Haloperidol, 5mg, intramuscular profunda.
(d) Todo lo anterior es correcto.

Total, que has decidido irte con los yankis y ¿para qué? Pues, para formarte, ¿no? ¿Pero es que acaso no hay buenas especialidades en España? ¿Eh? ¿Y grandes especialistas? ¿Eh? ¿Y grandes hospitales?

Pues sí, los hay. Pero están en España, para empezar. Y, digo yo, ¿acaso no es EEUU la meca de la medicina? Los yankis tienen sus cosas, cierto es, ¿pero quién no tiene las suyas? Y ¿es que no me da grima un granjero del sur americano, semianalfabeto, ultra cristiano y republicano con carné? Pues sí, qué quieres que te diga. Pero también me la da un ex-toxicomano, barrio-bajero, maltratador crónico y flamante asesino de su mujer (que es la víctima de la violencia de género número 76 en lo que va de año), y de esos en España hay muchos. Pero ese no es el caso. La decisión la tomas por otras razones.

En mi caso, la decisión la tomé por cuestiones puramente profesionales. Un día decidí que quería ser pediatra y desde ese día soy un poco más feliz. Trabajar con niños fue lo que me devolvió el amor y la vocación por esta profesión cuando pensé que estaba perdiéndola. El caso es que en España la principal salida de muchos pediatras recién formados es la Atención Primaria, y no es que yo tenga nada contra la Atención Primaria, pero los mocos, las básculas y las vacunas nunca han sido lo mio. Lo mio es el hospital. La lucha infatigable entre la vida y la muerte, el sudor y el trabajo compartido con tus compañeros, la dura batalla del día a día que se libera en esa gran masa viviente que nunca duerme y en la que tantas almas se dejan la vida. Pero el problema es que en España, una vez que has terminado la formación en pediatría general, la única posibilidad que tienes de entrar a trabajar en un hospital y tal vez poderte formar como subespecialista es que alguien doble el brazo por ti, le hable de tus habilidades a un colega receptivo, se la mames (con perdón) al primer jefe de departamento que se te cruce, o que tengas mucha suerte. En fin, o la clásica dedocracia española o el afortunado estar-en-el-lugar-adecuado-en-el-momento-adecuado. Y eso a mí no me va. Si quiero hacer una cosa, la hago. Y en Estados Unidos me ofrecen esa posibilidad. Allí, después de terminar la especialidad (la residency) tienes la posibilidad de hacer un fellowship, que es como una segunda residencia, sólo que en una subespecialidad. Oncología pediátrica, cardiología pediátrica, gastroenterología pediátrica, neonatolgía o cualquiera de las ramas hospitalarias de la pediatría estarán a mi disposición, dentro de un programa de formación reglado y estructurado, con supervisión, exámenes y experiencia garantizada... a diferencia, por desgracia, de España.

Bueno, ¿y qué hay que hacer, pues, para irse a EEUU? Lo primero, lo más importante, es haber tomado la decisión, porque sin duda no puede tratarse de un simple capricho. Al igual que cuando uno decide hacer la carrera de medicina, lo primero con lo que se topa es con una ingente cantidad de dificultades y obstáculos que se deben sortear con esfuerzo y empeño si se desea lograr el objetivo. Y lo cierto es que los caprichos nunca han venido acompañados de mucha fuerza de voluntad. Desde que dices "sí, quiero", has de hacerlo con convencimiento, armarte de valor y comenzar a recabar toda la información que te sea posible encontrar y que te pueda ayudar a sortear el tortuoso camino que debe llevarte desde el sueño en la ignorancia hasta la realidad de una plaza de especialidad bien ganada. Internet contiene, como siempre, toda la información que se pueda desear. Y así, en mi caso, al poco de haber tomado la decisión ya tenía una lista más o menos completa de lo que necesitaba:

(1) Pasar tres exámenes (dos teóricos y uno práctico), sobre todos los conocimientos imaginables de la medicina. Los famosos USMLE Steps.
(2) Conseguir tres cartas de recomendación, una de ellas, a ser posible, de un médico americano.
(3) Lograr, a su vez, una carta de recomendación de mi decano en la que se resumiera además mi paso por la facultad.
(4) Verificar y convalidar mi título de licenciado con la ECFMG (que es la comisión que se encarga de regular la entrada de médicos extranjeros en EEUU).
(5) Escribir una convincente carta de motivación.
(6) Un mogollón de dinero para viajes, material y fees (gastos de solicitud, coste de los exámenes, etc...)

Por lo que respecta a los exámenes era cuestión, al fin y al cabo, de ponerse a estudiar y eso fue lo que hice. Usando principalmente los bancos de preguntas que se encuantran por internet y algún que otro libro, me fui preparando y me presenté a los exámenes. Lo teoricos los pude hacer desde España a través de los centros Prometric, que se dedican a regular los exámenes oficiales americanos en todo el mundo. En cuanto al exámen práctico, que se trata más o menos de la simulación de una sala de urgencias en la que tú haces de médico y unos actores hacen de pacientes que responden a tus preguntas y para los que debes realizar un diagnóstico diferencial y solicitar una serie de pruebas diagnósticas, lo tuve que hacer en EEUU, concretamente en la histórica y coqueta ciudad de Filadelfia.

Para las cartas de recomendación acudí a algunos de los médicos bajo cuya supervisión estuve practicando en el hospital Vall d'Hebrón de Barcelona durante la carrera y que para mi sorpresa se mostraron encantados de ayudarme a lograr mi objetivo y me escribiron estupendas cartas de referencia. A parte de eso, durante el último año de carrera me puse en contacto con el jefe del departamento de cardiología pediátrica del Texas Children's Hospital, en Houston, que es, según la prestigiosa revista Child, uno de los mejores hospitales infantiles de EEUU. El bueno del Dr. Towbin, que es el jefazo del departamento de cardiología, aceptó de buen grado que pasara un mes rotando en su servicio y eso hice durante agosto de 2006. La experiencia fue enriquecedora en todos los sentidos, el hospital es un maravilla y los médicos, a pesar de ser en casi todos los casos auténticos pesos pesados de sus respectivas especialidades, eran tremendamente humildes y cariñosos tanto con los pacientes como con el resto del personal, incluídos los estudiantes, lo que me resultó extremadamente motivante. En mi caso, el único problema estribaba en que el Texas Children's está en Houston, que para más inri está en Tejas, pero bueno, la experiencia mereció la pena y además logré una carta de recomendación americana.

Por lo que respecta al resto de los requisitos, mi decano hizo la recomendación tal y como se le pedí, escribir una carta de motivación me resultó extremadamente sencillo (a los americanos lo que más les gusta es la sinceridad y las cursiladas salidas del corazón) y el dinero lo logré administrando cuidadosamente mis recursos. Lo único que me dio problemas fue la convalidación de mi título de licenciado, y no presisamente porque no fuera válido, sino porque sencillamente no lo tenía. Naturalmente ya había acabado mi carrera cuando quise convalidarlo y ya se me podía considerar licenciado, pero aún no había recibido mi título oficial, que en España tarda una media de un año en ser expedido... ¡un año! Normalemente esto no le supone un problema a los recién licenciados pues las universidades les pueden otorgar un certificado temporal equivalente al título y casi todo el mundo lo acepta como válido. Casi todo el mundo excepto, por supuesto, los americanos. Así que tuve que esperar casi un año hasta recibir el dichoso título y poder convalidarlo, perdiendo en el proceso una plaza de residencia en la convocatoria del año pasado. Pero, en fin, ¡ya lo tengo convalidado!

Y, bueno, después de hacer todo esto... ¿qué? Pues viene lo mejor: decidir a donde quieres ir. Por supuesto, el lugar más tentador para un joven emprendedor siempre será Nueva York, aunque ciertamente hay otras alternativas a las que yo, concretamente, no le hago ningún asco, como por ejemplo Miami, Filadelfia, Boston, Chicago o cualquier otra ciudad con un buen hospital infantil.

El caso es que lo que se hace es enviar toda la informacíon que se tiene, las notas de los exámenes, las cartas de recomendación y demás a un servicio llamado ERAS, que es el sistema de solicitudes electrónicas para residencias médicas en EEUU. Allí escanean tus documentos y los vuelcan en internet, luego tus les dices los programas de los hospitales que más te gustan y ellos se encargan de enviarles tu solicitud a través de la red. Eso ocurre más o menos a principios de septiembre y a partir de ese momento te van llegando invitaciones para realizar una entrevista en los hospitales que te han preseleccionado. Las entrevistas las debes hacer entre noviembre y enero y son más o menos como una entrevista de trabajo en la que repasan contigo tu curriculum, tratan de conocerte un poco mejor y se venden a sí mismos como el programa formativo ideal. La selección es por tanto bidireccional, pues los directores de los programas saben que tú vas a entrevistarte en otros sitios y si eres un buen candidato lo que quieren es que los elijas a ellos. Aunque en realidad la elección no la haces ni tú ni los directores, la hace un ordenador. Este método de reparto de plazas, sumum de la objetividad, se llama el Match y funciona de la siguiente manera: tú haces una lista en orden de preferencia de los programas que has visitado y, por otro lado, los programas de los hospitales hacen su lista, también en orden de preferencia, de los candidatos a los que han entrevistado y luego el ordenador del NRMP (que es la institución encargada de regular el Match) cruza ambas listas y decide a donde va cada uno. Se dice que con este método se logra que un buen candidato logre siempre entrar en uno de los tres programas que más desee. A ver si es verdad.

El Match ocurre en marzo y, por lo pronto, yo estoy esperando para hacer mis entrevistas, que las tendré en enero, principalemente en Nueva York y Miami, aunque también caerá alguna que otra ciudad. A ver como van... ¡Ya les iré contando!

sábado, 1 de diciembre de 2007

2. El camino de flores

Dicen las malas lenguas que la vida raras veces es un camino de flores. Y, como casi siempre, suelen acertar. El caso es que mi vida hasta hoy (y NO, este post no es otra engorrosa ego-biografía que a nadie interese, es simplemente un breve resumen de la vida de alguien aparentemente normal que sin embargo un buen día decide irse a vivir con los yankis) ha sido bastante complaciente.


Nací en una hermosa isla del atlántico llamada Tenerife, donde sus habitantes hemos tenido desde siempre la fea costumbre de tomarnos la vida con tres premisas fundamentales: la mala práctica del hedonismo, la total ausencia de interés por el mundo exterior y la casi fanática adulación de los malos gobernantes. Pero bueno, como comprenderan, a aparte de eso, criarse en un lugar donde sólo hay primaveras y veranos, donde las noches siempre llegan tarde, donde la delicuencia urbana sólo la practican los alcaldes y donde las montañas, barrancos y playas están a un tiro de piedra, es una auténtica maravilla. Así que, sin mucho pedir y con mucho recibir, fui creciendo en el seno de una familia cariñosa en la que los de la última generación siempre fuimos la prioridad. Y no me refiero a caprichitos, mimitos y el-problema-no-es-mi-hijo-sino-el-sistema-educativo, me refiero a un apoyo constante, mano dura cuando era necesario y muchos, muchos valores bien inculcados. Chupao, vamos.


Total, que me hice mayor sin muchos contratimpos. Tuve mis amores y mis desamores, hice mis viajes primerizos y mis rituales iniciáticos, probé esto y aquello, escribí gilipolleces (en prosa y en verso), compuse malas canciones, toqué la guitarra, me toqué los cojones y un día me preguntaron que quería estudiar y yo respondí lo primero que se me vino a la cabeza.


"¿Medicina? Para eso tienes que estudiar mucho y luego trabajar mucho y dormir poco y además ganas poco y luego te deprimes y te dan la baja y luego te prejubilan y te dan una mierda". Eso fue más o menos lo que me dijo mi madre, que es una mujer muy sensata. Pero yo siempre he sido un hombre que asume sus decisiones, ¿vale? -le contesté- y si me prejubilan pues mejor que mejor. Me iré a pescar... o aprendo fenchui. O algo.


Así que un soleado día de septiembre del recién estrenado nuevo milenio hice acto de presencia en el Aula 1 de la facultad de Medicina de la Universidad de La Laguna (a diez minutos sin tráfico de la casa de mis padres, tres cuartos de hora avec), para escuchar la bienvenida del por aquel entonces decano de Medicina. Y allí estuve (bueno allí y en la cafetería) un par de añitos hasta que me hablaron de las becas Erasmus y me apunté en las listas.


-Irás a Bruselas-, me dijo mi profesor de epidemiología (que además se encargaba del tema de los Erasmus). Y a Bruselas fui. Con la ventaja añadida de tener allí a cuatro de mis más queridos familiares. Y no sólo eso, apenas aterricé en tierras nórdicas los compañeros patrios allí apostados me corrigieron al presentarme y me aclararon que no eramos ya Erasmus... a partir de ese momento eramos: ¡ORGASMUS! Qué chachi, ¿no? -pensé-. Pues sí, una auténtica gozada, y el recuerdo de aquellos días siempre me viene acompañado de una sonrisa, ¡sobretodo si es de las bonitas amistades que embelesaron mis días en aquellas tierras!


Así que le cogí gusto a aquello de estar fuera de casa, por lo que decidí irme a Barcelona (¡oh! Barcelona...) a terminar mi carrera. Como todo recién llegado a la gran ciudad lo primero que hice cuando llegué fue ponerme a buscar piso, y como todo recién llegado a la gran ciudad pronto me di cuenta de que la famélica paga de mis padres no me iba a dar para alquilar un ático de 100m2 con vistas al mar. Así que acabé viviendo con un portugués loco, un músico noruego-chileno y una italiana de dudosas costumbres higiénicas en la principal calle de putas del Raval. Y aunque aquello fue una experiencia inolvidable, a los pocos meses me mudé al piso de un buen amigo mío donde una de las habitaciones había quedado libre. El piso está en el barrio Gótico y es tan inmenso en tamaño como en caracter. Allí vivían y viven el inimitable Oliver, la dulce Ale y, de vez en cuando, la excéntrica y divertidísima Gabi. Y allí fui muy feliz. Y por lo que respecta a la carrera, fueron años de mucha cafetería de la facultad, mucho perseguir a los médicos por el hospital, mucha biblioteca, grandes fiestas de recaudación, un viaje de fin de carrera a México totalmente inigualable y un puñado de grandes amigos que espero se conviertan en grandes médicos en el futuro y que me curen cuando sea viejito. (Dani, no te des por aludido, prefiero evitar ser paciente tuyo).


Total, que me gradué y las cosas empezaron a complicarse. ¡Tenía que tomar decisiones! O bien me estudiaba el desdichado MIR y me quedaba en España para hacer la especialidad o seguía rulando por el mundo. Finalmente (y de las razones concretas probablemente hablaré en mi siguiente post), decidí irme a EEUU para continuar mi formación. El problema es que, a parte de los arduos exámenes y pruebas prácticas a las que te tienes que someter para poder acceder a una plaza de especialidad americana, la burocracia (a ambos lados del charco) es lenta... muuuuy lenta. Así que pronto quedó claro que entre medio, hasta que me dieran una plaza y pudiera empezar mi especialidad en tierras gringas, tendría que hacer algo útil con mi vida. Y fue entonces cuando tuve la inmensa fortuna de ir a parar a Mauritania, en África Occidental.


En Mauritanía se encontraba mi querida hermana viviendo y trabajando y a allí me trasladé a pasar algunos meses con ella. El tiempo que estuve en tierras africanas pronto dejó de ser un interim entre mi carrera y mi residencia, para convertise en una de las épocas más plenas de mi vida. Viajé, aprendí, escribí, disfruté, compartí, bailé, bebí, comí y me sacié. Y por supuesto, conocí a Ana. Pero, como todo lo bueno, se acabó, y a los nueve meses de vivir del cuento me vi en la tesitura de tener que ¡trabajar para vivir!


Y así fue como un inocente y feliz licenciado en medicina como yo acabó convirtiéndose en un amargado y ojeroso médico sustituto del Servicio Canallo de Salud... perdón Canario. Y cuando me harté del hábil proxenetismo clínico del SCS en Tenerife, me fui a trabajar de médico rural a las agrestes montañas de la isla de La Gomera y de allí otra vez a la medicina urbana de trinchera en Gran Canaria. Casi na.


Y en esas he andado hasta la fecha, cuando las entrevistas con los directores de los programas de especialidad en EEUU están ya a la vuelta de la esquina... Sí, las temidas entrevistas, que a diferencia del sistema español, son requisito imprescindible para obtener una plaza de especialidad americana, como ya les hablaré en mi próximo post, inshallah.

1. Bueno, ¡pues ya está! Tengo un blog...

Dicen que si queieres dejar un huella en esta vida tres cosas debes hacer: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.

En mi caso, la primera está complicada, por ahora... pero ya llegará (¡y espero que no sea uno sólo!). La segunda está cumplida y en pleno afianzamiento de raíces. Se trata de un pequeño baobab de la sabana africana. Lo compré siendo apenas un bulbito con un par de hojitas verdes en la destartalada, divertidísima y peculiarmente bella ciudad de Saint Louis al norte de Senegal, y tuve que contrabandearlo a través de la frontera para poder llevármelo conmigo. Tranquilos, mi padre es botánico y cumplí debidamente con las reglas fundamentales de la importación de flora: comprobar la ausencia de parásitos y traerlo sin un gramo de tierra. Cumplido lo cual lo planté en la fresquita y norteña terraza de la casa de mi madre en la esplendorosa isla de Tenerife y hoy por hoy es un bello y crecidito bonsái de adansonia que espero se convierta en un hermoso ejemplar de baobab adulto en un futuro. Con respecto a la tercera, también está cumplida, aunque de mi borrador-de-novela/cajón-de-sastre-mental ya hablaré en otra ocasión más propicia.

El caso es que hoy en día estos tres requisitos para lograr un comentario a pie de página en el inmensa y entretenidísima historia de la humanidad se han quedado inevitablemente anticuados. No digo que los hijos, los árboles y los libros no sean importantes, pero lo más probable es que en esta era cibernética la posteridad se haya hecho más exigente. Al respecto se me ocurren al menos un par de cosas más que toda persona debe hacer para permanecer de una manera u otra en la memoria colectiva, como por ejemplo: colgar un video en YouTube y crear un blog. Lo primero ya lo hice hace un par de años con algunos de mis videos de animación (http://es.youtube.com/user/NelsonSinfilm) y lo segundo acabo de parirlo, asi que ¡hale! ahí va esa...

Por cierto, si a alguien más se le ocurre otro requisito para dejar huella en esta vida, por muy huellita que sea, invitado está a dejar un comentario al respecto en este blog neonato.

PD: Soy de los que tardan lo suyo en volver a sus creaciones y dignificarlas un poco, pero al menos ya tengo la base creada. Espero no tradar demasiado en volver y escribir algo que sea mínimamente interesante...
PPD: Se supone que este blog es para contar mis aventuras y desventuras como un médico español que se ha lanzado a la loca tarea de formarse como especialista en Estados Unidos, así que, bueno... ¡ya escribiré algo al respecto! Todavía tengo que poner mi "profile", hablar un poco del pre-EEUU... En fin, esto de los blogs tiene su cosa.
PPPD: Bueno, ¡pues ya está! Hasta pronto, espero.